viernes, 28 de mayo de 2010

La clase de Anatomía del Dr. Tulp

Por Mario Junquera

Sobre la mesa de autopsias yace un cadáver, siete cirujanos escuchan la disertación del doctor Tulp sobre las interioridades del organismo humano. Este es el cuadro de Rembrant, pintado a solicitud del Doctor Tulp, en el se nos muestra las peripecias de la investigación médica, la indagación sobre el cuerpo humano y sus misterios físicos. El cuadro nos habla del “eminente” Dr. Tulp y sus discípulos… ¿Pero quién es este insignificante cadáver que yace sobre la mesa?


Es evidente que carecía de familia, incluso de amigos que reclamasen el cuerpo para la sepultura. ¿Quién era este hombre? ¿Un asesino condenado a muerte? ¿Un leproso abandonado? Este cuerpo sería el del señor Nadie, el hombre sin rostro, alguien que no dejó obra alguna, menos aún declaración de ideales. El señor Nadie desnudo y diseccionado en la mesa fría, en un último esfuerzo por dejar algún legado, disfruta del placer de saberse un especimen de laboratorio de utilidad científica. La verdadera razón del cuadro de Rembrant está en el cadáver que yace en la mesa fría, en la sutil averiguación que se permite el espectador, en indagar sobre su identidad y sucesos de vida, en la averiguación sobre esos rincones humanos donde la memoria se confunde con las emociones y pasiones más sublimes y más ridículas.


El señor Nadie ha sido el campeón de la mediocridad, hombre sin ideales que por cobardía o apatía abandonó sus quimeras para olvidarse de sí mismo, hombre incrédulo respetuoso de la ley, vecino ejemplar en su actitud fría y vacía ante el dolor o la pasión ajena, incapaz de superar el color de sus rutinas o su anorexia ideológica; el “señor Nadie pudo tener el oficio de portero de un hotel de segunda o ascensorista de la fiscalía general o director de la compañía nacional de teatro, treinta años de servicio inmaculado, sin días ni noches, sólo la aberración del temor como motivo de existencia.

El señor Nadie siempre fue un ausente de fe, un hipócrita oportunista que sin buscar estuvo en cada sitio por pura causalidad, aceptó por el formalismo rancio de su personalidad… y creyó amar una vez cuando comprobó el éxtasis del orgasmo .

El señor Nadie pudo haberse llamado Alexander y este hombre llamado Alexander pudo creer que la vida es una continuidad finita sobre la cual ni siquiera vale la pena detenerse a meditar.


No hay comentarios: