domingo, 9 de marzo de 2008

El viaje a Ixtlan


Por Mario Junquera
En Teatro del Espacio Interior sabemos que la fatiga y la duración son solo dos secretos del aprendizaje. Mis actores y yo estamos habituados a trabajar cansados, a forzar nuestros límites. Las dificultades económicas y el deseo de permanecer en vida como grupo, nos han marcado. El clima de silencio y concentración de nuestros primeros tiempos se han convertido en el marco habitual de nuestro trabajo. Entonces como ahora, la autodisciplina nos recuerda que un solo paso en falso puede desintegrar el grupo. Cuando comienzo un espectáculo tengo la sensación de escalar lo imposible. Cada uno pone a prueba sus propias fuerzas, pero ligado a los otros. La caída de uno arrastra al grupo entero.
Hay personas importantes que se fueron, también desintegraciones. El grupo es esencialmente “desintegrador”, sólo así se puede respetar la individualidad. No hay lealtad, ni cohesión indisoluble, hay una necesidad de estar juntos, de ser parte del grupo.
Ahora 16 años después del comienzo miro atrás con nostalgia y también con dolor, veo las imágenes de mis compañeros, de los que continúan y algunos de los que ya no están, les veo danzar entre la penumbra de un teatro soñado, utópico, de un teatro que recuerda el pavor de la muerte y la felicidad de un nacimiento. Me veo entre ellos deshaciéndome a través de mis propias palabras, a través de mi memoria.
El Anillo de Poder
En el verano del 90 nace Teatro del Espacio Interior, solo ahora después de todos estos años comprendo la razón y el verdadero significado de ese nacimiento: la desesperación, el hambre, el sin salida.
O sea decidimos hacer teatro no como una necesidad de realización personal, sino más bien como la oportunidad a estar en un sitio “diferente” el cual nos permitiera vivir esa “diferencia”.
En ese inicio para aquellos que entonces comenzábamos la experiencia de este “teatro escurridizo del teatro mismo”, la permanencia se convirtió en pertenecer a ese “sitio” que propiciaba la “sobre vivencia”, no por la idea misma del teatro como espacio propicio a la sacralidad y la meditación, sino por la posibilidad que brinda a permitir la “sicodélia”.
Creamos sin darnos cuenta una “escuela” para aprender “el arte del hechizo” no “el arte de la interpretación”.¿Quiénes eran aquellos hechiceros?

lunes, 3 de marzo de 2008

Amigos que me traen recuerdos de mí misma

Por Jana Skilman (1971)
Investigadora Teatral del Centro de Estudios de Artes Dramáticas de la ciudad de Poznan.
Gentileza para catálogo de Teatro del Espacio Interior

Una amiga del Odin Teatro me habló en marzo del 2004 de Teatro del Espacio Interior, grupo cubano radicado en la ciudad de Camagüey, me habló de la fuerza de sus espectáculos, de la osadía de sus textos y del alto rigor técnico de sus puestas, me habló también de las condiciones del grupo, del silencio que le rodeaba y de la ausencia casi total en el panorama teatral de su propio país (festivales, eventos, etc).

Recordaba yo entonces los años 70 en Polonia, también venían a mi mente aquellos teatros que en el silencio de sus credos crean su propia utopía, recordaba como en ocasiones el silencio es necesario e inevitable ante los muros de la incomprensión y la intolerancia y solo la resistencia a conciencia deja entrever lo inevitable, aquello que solo es capaz de verse luego del extenuante sacrificio de la permanencia.

Esta amiga me propuso colaborar con Teatro del Espacio Interior.

Colaborar significa ver desde dentro, vivir la experiencia, en diciembre del 2006 viajé a Cuba, a Camagüey con el propósito “personal” de a través de Teatro del Espacio Interior revivir mi juventud polaca de los 90.

Más que lejos estaba yo de creerme mi propia verdad, el encuentro con este grupo, radicado en el último bastión del comunismo, superó mis expectativas y abrió la puerta al intercambio, a las experiencias compartidas.

Fueron dos semanas de intenso trabajo, pude ver entrenamientos técnicos, improvisaciones, conversaciones llegadas hasta la madrugada y pude contactar con una sabiduría teatral que se me antojaba de extrema rareza, pues era consumida desde dentro y hacia dentro del propio grupo no como posibilidad estéril sino como la razón para sobrevivir al aislamiento, como propiciar de modo “feroz” el credo y su continuidad, en un afán casi neurasténico de trasmitir y legar su experiencia a través de la oralidad y lo vivencial.

La mirada Paradójica

La caída del muro de Berlín, no sorprendió al mundo, ya desde finales de los 80 se veía venir que los cimientos de esta vetusta construcción estaban roídos y que la razón que fundamentó esta edificación carecía de sentido.

El muro era la cortina de hormigón que imponía un velo de vergüenza a la Europa del Este ante la imponente Europa Occidental. La Europa del Este, imbuida en la burocracia, la corrupción, la escasez material, la apatía productiva, la falta de libertades y de iniciativas junto a la “vigilancia” hombre a hombre no tenía otra opción que derribar aquellos valores que un día nacieron como elección única y como una salida honorable al oprobio, pero que después de 70 años ya carecían de veracidad y virtud.

Generaciones nuevas necesitaban nuevos ídolos, nuevos discursos, nuevas vidrieras con “modas de su tiempo” que hicieran olvidar los insaciablemente repetidos, pero no vistos, “flagelos del capitalismo”.

El aburrimiento que propiciaba esa acogedora y segura “jaula” este-europea no podía pasar desapercibida por los pueblos, pues la “jaula” por muy segura que fuese no dejaba de ser eso, una “jaula”.

Ahora bien, vivir fuera de esa “jaula” entraña peligros, el ciudadano “este-europeo” de pronto descubrió tras la caída de ese muro que ya nadie le “decía” qué hacer, ahora tenía “que hacer por sí mismo” construirse su propio destino lejos de los servicios diarios de quien “atendía” la antigua “jaula”.

Los antiguos perseguidos ahora eran los perseguidores, quienes huyeron al exilio a causa del régimen anterior ahora regresaban llenos de glorias y capitales. Para los “este-europeos” que resistieron los embates de esa otra cortina de hierro impuesta desde dentro por más de 70 años y que vivieron el vacío de una ideología olvidada como razón y multi traicionada, eran nuevamente los de abajo, los sin nada.

Hamlet, la mecánica de la locura


Por Mario Junquera

Director de Teatro del Espacio Interior

En 1990 tuve el privilegio de ver un film sobre una puesta de “Hamlet”, la filmación databa de 1980, era de un grupo teatral de la ciudad polaca de Cracovia.

Dieciséis años después, en diciembre del 2006 pude ver de nuevo ese Hamlet polaco.

El “Hamlet” de Cracovia dura tres horas, ni un minuto más. Era alado y transparente, tenso y feroz, moderno y lógico, reducido a un solo problema. Era un drama político total y sin remisión. “Hay algo podrido en el reino de Dinamarca” ese es el primer acuerdo de la nueva actualidad de Hamlet. Luego, sordamente: “Dinamarca es una gran prisión…” y luego los enterradores “el patíbulo está construido más fuertemente que la iglesia…”
El miedo, en el Castillo de Elsinor, lo roe todo: el amor, la amistad. El síndrome del “policía” está dentro de cada hombre, la vigilancia es total, las cartas son interceptadas, las conversaciones escuchadas, los espías trabajan insaciablemente… todos vigilan y son vigilados, el fin, saber qué se trama y quién trama.

En 1980 este “Hamlet” fue representado en Cracovia sin ambigüedad y con una claridad que metía miedo. No cabe duda de que era un Hamlet simplificado. Pero tampoco cabe duda que era un “Hamlet” tan sugestivo que después del espectáculo, al acudir al texto, solo veo allí el drama del crimen político… En la puesta de Cracovia “Hamlet” finge la locura, se oculta fríamente tras la mascara de la locura con el fin de dar un golpe de Estado; Hamlet está loco puesto que, cuando la política elimina todos los demás sentimientos, ella misma se convierte en una inmensa locura…

El Texto imposible

Por Jana Skilman
Investigadora Teatral del Centro de Estudios de Artes Dramáticas de la ciudad de Poznan.
Gentileza para el catálogo de Teatro del Espacio Interior

El texto de Mario Junkera busca revivir el encuentro terrible entre la “utopía de la libertad” y “la realidad descarnada del desamparo”, busca redimensionar la idea del “fracaso”. Deshace y hace confluir al mismo tiempo la idea del “amor perdido, menospreciado” con la “desilusión de los oprimidos”, con el pesar de los “hambrientos de libertad”, para permitirnos entrar en el umbral de la inquietud, y que nuestras ideas recogidas en el proceso perceptivo no descansen en el polvo del olvido, sino que se graben en la piedra de la memoria como instrumentos feroces.

Texto áspero que no brinda concesiones, ni esconde sus objetivos, sino que se vierte como una declaración política sobre la barbarie del totalitarismo, tanto desde el punto de vista de la derecha como de la extrema izquierda y también sobre los interiores de la conducta humana cuando se trata del “poder”.

Este texto es un reencontrar las coordenadas para hallar el origen del “caos” como principio de causa y efecto, un suceso por pequeño que sea desencadena a la postre la tragedia, sucesos que luego son imposibles de controlar.

“Hamlet, una opera muerta” nace detrás de las mascaras de los personajes de Shakespeare, no como búsqueda de lo diferente sino como redimensión de la historia shespereana hacia una búsqueda de los opuestos, de lo imposible. Aquí Hamlet no busca vengar la muerte de su padre desenmascarando al tío asesino, ni busca desprenderse del amor de Ofelia.

El “Hamlet” de Junkera regresa del exilio para encontrarse con las ruinas de su memoria política, con su amor perdido y su ausencia de fe. Este Hamlet no busca venganza, más bien quiere remendar los males del pasado intentando desde su posición de rey corregir el rumbo de esta “Dinamarca” que está multicentrada en todas partes, Dinamarca que es el ultimo asidero de la fe, de las utopías, de las causas anti causas.

Aquí Hamlet no finge la locura, la locura va apresándolo lentamente hasta consumir su razón… Ahora me vienen a la memoria aquellas palabras de Brech “No se puede ser moral en una sociedad inmoral”. Hamlet renuncia a las “payasadas” para centrarse en lo objetivo, hacer de su “Dinamarca” un paraíso ejemplarizante para el resto del mundo, pero al final Hamlet es presa de su propia demagogia, no se puede cambiar aquello que de raíz nació torcido y no se puede cambiar aquello que nació muerto y visto por el prisma de un solo hombre, el propio Hamlet.

“Tal vez el texto de Macbeth… “¡Qué horror! Ahí están las ruinas de la que era mi patria, un país campo de exterminio espiritual…” resuma el sentido de este texto imposible, imposible por su capacidad de despertar pensamientos posibles.