Por Mario Junquera
En Teatro del Espacio Interior sabemos que la fatiga y la duración son solo dos secretos del aprendizaje. Mis actores y yo estamos habituados a trabajar cansados, a forzar nuestros límites. Las dificultades económicas y el deseo de permanecer en vida como grupo, nos han marcado. El clima de silencio y concentración de nuestros primeros tiempos se han convertido en el marco habitual de nuestro trabajo. Entonces como ahora, la autodisciplina nos recuerda que un solo paso en falso puede desintegrar el grupo. Cuando comienzo un espectáculo tengo la sensación de escalar lo imposible. Cada uno pone a prueba sus propias fuerzas, pero ligado a los otros. La caída de uno arrastra al grupo entero.
Hay personas importantes que se fueron, también desintegraciones. El grupo es esencialmente “desintegrador”, sólo así se puede respetar la individualidad. No hay lealtad, ni cohesión indisoluble, hay una necesidad de estar juntos, de ser parte del grupo.
Ahora 16 años después del comienzo miro atrás con nostalgia y también con dolor, veo las imágenes de mis compañeros, de los que continúan y algunos de los que ya no están, les veo danzar entre la penumbra de un teatro soñado, utópico, de un teatro que recuerda el pavor de la muerte y la felicidad de un nacimiento. Me veo entre ellos deshaciéndome a través de mis propias palabras, a través de mi memoria.
El Anillo de Poder
En el verano del 90 nace Teatro del Espacio Interior, solo ahora después de todos estos años comprendo la razón y el verdadero significado de ese nacimiento: la desesperación, el hambre, el sin salida.
O sea decidimos hacer teatro no como una necesidad de realización personal, sino más bien como la oportunidad a estar en un sitio “diferente” el cual nos permitiera vivir esa “diferencia”.
En ese inicio para aquellos que entonces comenzábamos la experiencia de este “teatro escurridizo del teatro mismo”, la permanencia se convirtió en pertenecer a ese “sitio” que propiciaba la “sobre vivencia”, no por la idea misma del teatro como espacio propicio a la sacralidad y la meditación, sino por la posibilidad que brinda a permitir la “sicodélia”.
Creamos sin darnos cuenta una “escuela” para aprender “el arte del hechizo” no “el arte de la interpretación”.¿Quiénes eran aquellos hechiceros?
En Teatro del Espacio Interior sabemos que la fatiga y la duración son solo dos secretos del aprendizaje. Mis actores y yo estamos habituados a trabajar cansados, a forzar nuestros límites. Las dificultades económicas y el deseo de permanecer en vida como grupo, nos han marcado. El clima de silencio y concentración de nuestros primeros tiempos se han convertido en el marco habitual de nuestro trabajo. Entonces como ahora, la autodisciplina nos recuerda que un solo paso en falso puede desintegrar el grupo. Cuando comienzo un espectáculo tengo la sensación de escalar lo imposible. Cada uno pone a prueba sus propias fuerzas, pero ligado a los otros. La caída de uno arrastra al grupo entero.
Hay personas importantes que se fueron, también desintegraciones. El grupo es esencialmente “desintegrador”, sólo así se puede respetar la individualidad. No hay lealtad, ni cohesión indisoluble, hay una necesidad de estar juntos, de ser parte del grupo.
Ahora 16 años después del comienzo miro atrás con nostalgia y también con dolor, veo las imágenes de mis compañeros, de los que continúan y algunos de los que ya no están, les veo danzar entre la penumbra de un teatro soñado, utópico, de un teatro que recuerda el pavor de la muerte y la felicidad de un nacimiento. Me veo entre ellos deshaciéndome a través de mis propias palabras, a través de mi memoria.
El Anillo de Poder
En el verano del 90 nace Teatro del Espacio Interior, solo ahora después de todos estos años comprendo la razón y el verdadero significado de ese nacimiento: la desesperación, el hambre, el sin salida.
O sea decidimos hacer teatro no como una necesidad de realización personal, sino más bien como la oportunidad a estar en un sitio “diferente” el cual nos permitiera vivir esa “diferencia”.
En ese inicio para aquellos que entonces comenzábamos la experiencia de este “teatro escurridizo del teatro mismo”, la permanencia se convirtió en pertenecer a ese “sitio” que propiciaba la “sobre vivencia”, no por la idea misma del teatro como espacio propicio a la sacralidad y la meditación, sino por la posibilidad que brinda a permitir la “sicodélia”.
Creamos sin darnos cuenta una “escuela” para aprender “el arte del hechizo” no “el arte de la interpretación”.¿Quiénes eran aquellos hechiceros?